Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA CONQUISTA DE MEXICO



Comentario

El mar crece mucho en Campeche, mientras no crece por allí cerca


Con el buen tiempo que hizo después, partió de allí la flota en busca del navío perdido, y hacía Cortés entrar con los bergantines y barcas de las naos en los ríos y calas a buscarlo, y hasta estando junto a Campeche surtos los navíos en la playa, esperando a los bergantines y barcos que andaban entre algunas caletas a descubrir el que faltaba, pronto se quedaron en seco, aunque estaban casi una legua dentro del mar: tanto es el menguante y creciente que hace allí. El mar no crece más que allí, del Labrador a Paria; nadie sabe la causa de ello, aunque dan muchas, pero ninguna satisface; y dicen que si no fuera por esto, hubiesen saltado a tierra a vengar a Francisco Hernández de Córdoba del daño que allí recibió. Navegando, pues, pegados siempre a tierra, emparejaron con una gran cala que ahora llaman Puerto Escondido, en la cual se forman algunas isletas, y en una de ellas estaba el navío que buscaban. Cortés y los demás se alegraron mucho de hallarle sano, y a toda la gente salva y buena, y otro tanto hicieron ellos por ser hallados; pues tenían temor por ellos, por estar solos y no bien provistos, y que la flota estuviera perdida, o hubiese pasado adelante; y sin duda no hubieran podido resistir allí el hambre tanto tiempo, a no ser por una lebrela; mas como ella los proveía, y era aquél el derrotero y camino de la armada, esperaron al capitán, no sin mucho miedo de que le hubiese acontecido algo como a Grijalva o a Francisco Hernández de Córdoba. Como surgieron todos allí donde estaba aquel navío, y se alegraron unos con otros, como era de razón, preguntados de dónde tenían por las jarcias tantos pellejos de, liebre, conejos y venados, les dijeron cómo luego de llegar allí vieron andar por la costa a un perro ladrando y escarbando de cara al navío, y que el capitán y otros salieron a tierra y hallaron una lebrela de buen talle que se vino para ellos. Los halagó con la cola saltando de uno a otro con las patas delanteras, y luego se fue al monte que estaba cerca, y al poco rato volvió cargada de liebres y conejos. Al otro día siguiente hizo lo mismo, y así conocieron que había mucha caza por aquella tierra, y comenzaron a irse tras ella con no sé cuántas ballestas que venían en el navío, y se dieron tan buena diligencia en cazar, que no solamente se habían mantenido de carne fresca los días que allí habían estado, aunque era cuaresma, sino que se habían también abastecido de cecina de venados y conejos para largos días, y en memoria de aquello pegaban por la jarcia las pellejas de los conejos y liebres, y tendían al sol los cueros de los ciervos para secarlos. No sabían si la lebrela fue de Córdoba o de Grijalva.